








Cabopino, 5:30 pm.
"Dan, ¿tienes planes para mañana? Es que iremos a una playa nudista, no se si quieras..." me llegó al celular ese mensaje. Un grupo de amigos, quería salir una tarde a una de las tantas playas nudistas que rodean esta ciudad, aprovechando que el sol día a día estaba aumentando su abrazador calor y que eso garantizaba una buena bronceada.
No era para escandalizarme sí de ver desnudos a amigos se trata. Creo que aquí han normalizado tanto la desnudez, que parece apenas natural el quitarse una o dos prendas de ropa sin más. Ni siquiera hay que irse a sitios remotos, cuando en la misma ciudad las prendas vuelan y muchos sin pudor, se cambian de ropa delante de todos. Pero Cabopino es especial, porque no solo son sus olas que se vuelven escenario para que decenas de hombres decidan dejar sus ropas atrás y lanzarse al agua como inocentes calmando la sed, sino que saben muchos que entre sus dunas apenas puede ser escenario de algo más que buscar el sol.
Las cervezas iban y venían, mientras el sol recorría de extremo a extremo el cielo. Alrededor, de forma latente, hombres de todas las edades se pasean al frente como cultivando cierto morbo, apenas alimentando gota a gota las ganas de poder dar media vuelta e internarse en el paisaje de las dunas de Arzola, donde entre los arbustos suelen esperar a quienes desean calmar las ganas. Si bien lo llevaba dudando durante todo el día, principalmente por no dejar a mis amigos solos parra irme a buscar un tanto de placer, no fue sino hasta que el cielo de repente se cubrió de nubes para tener una excusa apenas perfecta e irme de camino hacia los arbustos.
No era más de unos 100 metros hacia tierra que el paisaje es completamente distinto. Un puñado de aquellos que estaban en la playa ahora deambulaban entre las dunas, irónicamente, más vestidos: apenas unos shorts y unos zapatos deportivos. Entre ellos, los curiosos y locales; personas de pueblos y ciudades cercanas que dejan sus carros atrás para meterse aquí en busca de una paja, una mamada o una cogida rápida entre anónimos. Es un caldo de cultivo de sexualidad, de personas que entre el silencio solo buscan poder saciar aquel morbo cultivado tras horas y horas de continua excitación. Entre esos, yo.
Mis amigos, al otro extremo, sabían que iba a hacer cruising. Me conocen. Pero claro, había un acuerdo de volver antes de las 6:00 para poder ir por unos tragos a algún bar. Por ello, no me lo tomé con prisa y tal vez, por ello parecía que todo no iba a funcionar. Los minutos pasaban y entre los árboles caminaba lentamente, agarrándome la verga que entre dura y flácida, se salía por ese espacio que deja una toalla a medio amarrar. No fue sino darme una pausa para ver, al otro lado de los árboles, a un sujeto en zapatos azules y bañador que hacía exactamente lo mismo que yo. Las ramas tapan apenas algo, pero al moverme, pude notar que me miraba fijamente mientras se tocaba, al punto que su verga ya no tenía espacio alguno para seguir ahí y decide sacarla por un costado. Era evidente que nos estábamos masturbando mutuamente y que era la oportunidad para terminar esa excitación ya cultivada.
"¿Qué te mola, tio?" me dice en un marcado acento andaluz, averiguando cuales son mis preferencias a la hora del cruising. Hay quienes nos gusta simplemente ir a hacernos pajas en grupo o mamar, como hay quienes tienen sexo anal u orgías. Es más importante incluso saber eso que saber el nombre, que, contadas veces en años y años que llevo haciéndolo, suelo preguntar. "Mamar", respondí.
Fue toda la conversación. Asentó la cabeza y sujetándome de los labios, me escupe en lo boca, como pretendiendo que eso fuese suficiente para que yo pudiera chuparle la verga. La toalla, que ya no servía para cubrir absolutamente nada, cae en el suelo para apoyar mis rodillas y disponerme a hacer lo que más me gusta hacer. No les miento, era enorme. Una verga gruesa, pesada, de aquellas que duelen con imaginarlas dentro embiste mi boca de una forma apenas salvaje. Sin hablarnos, él intuía como me gustaba y le excitaba aun más saber que yo respondía. Sabía que su propósito era hundirme su verga dentro de mi garganta al punto de hacerme lagrimear y que de mi boca no saliera sino saliva, que escurriera hacia mi propia verga que ya sujetaba en mis manos, tratando de ordeñar.
Él sabía que su propósito ahí era "follarme la boca", como dicen aquí. Aunque alrededor de donde estábamos, los condones se amontonaban como evidencia de quienes prefieren tener sexo anal, ahí los dos estábamos exclusivamente para probarnos el uno al otro cuánto podría aguantar y cuánto más podía hundirla. Los reflejos, las arcadas, las escupidas; nada podía faltar. A cada momento en el que decidía lamer y chupar, metiéndola por mi garganta, haciéndola pasear por mi lengua, había un momento de silencio donde paraba para dejarme saber quién mandaba ahí. Me sujetaba del pelo y solamente la hundía hasta que mi garganta se empezara a acomodar a la fuerza con su verga. No me dejó tomar fotos, apenas entendible cuando sabías que ese anillo en la mano delataba que venía a escaparse. Le importaba sí, el que cada minuto, con cada embestida, mi garganta cediera y que mientras tanto, me masturbaba con lo que caía de mi boca.
Una, dos, diez embestidas. Cada una era un nuevo intento de cogerme la boca como si de mi culo se tratara y de sentir como todo empezaba a acomodarse a él. Entonces la sujeto y la saco, mirándole a los ojos, diciéndole que si él no era el responsable de corrernos, lo sería yo. No hubo palabra, pero entendió que estaba al límite de deslecharme y asentó con la cabeza haciéndome entender que él también. Me miraba mi verga y podía ver como escurrían gotas de precum, aguantando apenas lo que llevaba aguantando varias horas. Ingenuo, saqué la lengua para pensar en recibir lo que él quería darme.
"¿Quieres lechita, no?", fue lo segundo en la conversación. Bastó sino decir que sí, para recibir la que sería la última de las embestidas. Aquella que ya dominaba de una puta vez lo que quería hacer con mi garganta. Apenas el ritmo, la presión, la fuerza fueron suficientes para sentir sus chorros de leche llenándome la boca y su alarido, mezclado con el mío que estaba ahogado fueron evidencia de ello. A sus pies, de forma inmediata y al unísono, me logro deslechar. Una enorme caída de semen sale de mi boca, directamente a mi verga y continúa escurriendo hasta el suelo.
La saca. La sacude. Inclina el cuerpo para darme un beso, el primero y último de esa tarde, para saborear su propio semen. Antes de irse, la guarda en el bañador sabiendo que finalmente podía entrar y ahí, en el pequeño espacio que resguardaba del viento frio que acababa de llegar, quedé de rodillas satisfecho por aquella tarde.
Minutos más tarde vuelvo con mis amigos. Destapo una cerveza y nos quedamos viendo al mar.
"¿Qué, vamos por unas cañas?", me dice uno de ellos con una sonrisa pícara. Saben que los chorros de leche en el pecho, apenas secos, son evidencia de todo lo que pasó.